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La donación de óvulos, 1ª parte: testimonio de una donante

  • Foto del escritor: María Rodriguez
    María Rodriguez
  • 7 abr 2020
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 9 abr 2020

Muchas mamis que se someten a tratamientos de reproducción asistida tienen un seguimiento médico y psicológico, aparte del tratamiento en casa del que hablaremos en entradas futuras en la web.


Pero la donante de óvulos es una persona fundamental en el proceso y muchas veces pasamos inadvertida su existencia o no se repara en cómo lo vive realmente, si cambiará su cuerpo, si se plantea tener hijos en un futuro o si le quedan secuelas o marcas de haber donado.



Es por ello por lo que hoy vamos a hacer publico el testimonio de Carmen (nombre ficticio) que se puso en contacto conmigo para contarme cómo lo vivió, los pasos que siguió… en fin, ‘un completo’ de su experiencia. Quiero aclarar que esto es el testimonio y la experiencia de una persona, que no todas las personas lo viven así o se sienten de esta manera.

Hay muchos casos distintos porque cada persona es un mundo y este caso es uno de los muchos de una donante de óvulos cualquiera.

Carmen, con 20 años, trabajaba como dependienta en una tienda de ropa. Tenía una compañera que llevaba años buscando un bebé e iba a ser sometida a pruebas de reproducción asistida y se interesó por el tema. Según la madre de Carmen, en su familia siempre había buenas experiencias en cuanto a embarazos, no había casos de infertilidad ni casos de enfermedades relacionadas con la reproducción.


Un día, Carmen conoció a una compañera que era donante de óvulos y le comentó su experiencia. Enseguida se vio llamada a donar porque ésta le hacía ver que era un proceso sencillo y encima, ganabas unos 1000 euros por extracción. En aquel entonces, Carmen vivía sola, tenía los gastos que todo el mundo tiene de alquiler, comida, luz, agua… pensó que esos 1000 euros le vendrían de perlas y encima ayudaba a personas como su otra compañera que quería ser madre. Se informó y fue a una clínica especializada para recibir información.



Cuando llegó a la clínica, en la misma sala de espera estaban todas: madres a punto de inseminarse, donantes, mamis embarazadas y mamis ya con hijos. Se vio reflejada en todas las etapas y pensó que era muy bonito hacer aquello por esas mamás que les costaba encontrar el positivo.


Entró a la consulta y la atendió una ginecóloga. La primera fase del proceso fue una entrevista donde le hicieron varias preguntas relacionadas con su historial médico-reproductivo y familiar. Enseguida se dio cuenta que se interesó mucho por ella por su físico (Carmen era rubia, alta, delgada, ojos azules…). La ginecóloga también le hizo ver que al tener tan buen historial iba a ser una candidata óptima para la donación. Tras las preguntas a Carmen, la ginecóloga le explicó cuál es el proceso general de la donación. En el caso de esta clínica, le explicaron que, tras la evaluación en la primera entrevista, le harían un análisis de sangre y tendría que empezar a tomar las anticonceptivas. Si todo estaba correcto en los análisis, le darían una nueva cita para comenzar con el tratamiento para ‘engordar los óvulos’.


Cada dos días tendría que ir a la clínica a hacerse una ecografía vaginal para ver que todo iba bien. Una vez que los óvulos hubiesen alcanzado el diámetro mínimo que ellos necesitaban para poder ser extraídos, le harían una pequeña intervención de cirugía para extraerlos. El posoperatorio lo haría en la misma clínica y hasta que no se encontrara perfecta, no tendría que irse a casa. Tras la intervención, cobrara el dinero y a la semana le harían otra ecografía vaginal para ver si todo estaba correcto.


Justo cuando terminó de explicarle el proceso, la ginecóloga le pidió que fuera a un consultorio de enfermería que había en la calle de al lado para hacerle el análisis de sangre y que se pondrían en contacto con ella lo antes posible cuando tuviesen los resultados. Carmen sintió que le metieron un poco de prisa y que no fueron del todo claros con los efectos secundarios, pero no se lo pensó dos veces, creyó que era lo correcto, firmó el contrato y se fue a hacerse los análisis.




En menos de una semana la llamaron. El análisis salió perfecto y querían darle una cita para empezar el tratamiento cuanto antes. A la semana siguiente Carmen tuvo la cita y comenzó con el tratamiento. Y empezó a pesarle la situación.


De repente, el primer día del tratamiento, se vio con una jeringuilla gruesa y de unos 3 dedos de largo la cual tenía que introducir en la barriga con líquido. Ella nunca se había pinchado, se veía sola en casa sin nadie que la ayudase y tenía que hacerlo siempre a una hora determinada todos los días. Se mareaba. No le explicaron cómo hacerlo. Se sintió sola.

Le echó valor y lo hizo, pero empezaron a salirle bultos y hematomas. Había veces que pinchaba y no se metía del todo la aguja porque pillaba mucho músculo y tenía que volverlo a intentar en otro sitio. Tenía que hacerlo siempre a la misma hora, le pillase donde le pillase, en su casa, de fiesta, en el supermercado. Ella cogió la hora exacta para que le pillara si o si en casa y estar más tranquila…

Nadie le explicó cómo podía hacerlo de forma que sintiera menos molestia, algún consejo para que no se le quedara un bulto en la barriga… a veces los pinchazos tenían que hacerlo 3 veces al día, dos por la mañana, una por la noche o al revés.

En cada cita que tenía, podía distinguir exactamente cómo iban creciendo los óvulos. Se sentía muy hinchada y sentía todos los días síntomas menstruales. Contárselo a su madre le hizo bien para desahogarse y un amigo le aconsejó hacerse masajes en la barriga tras el pinchazo para evitar los bultos. Los días fueron pasando, se lo tomó como una cosa que tenía que hacer y que tendría fin.


El tratamiento de los pinchazos duró unas dos semanas y en total, el proceso de la donación, mas o menos un mes. La llamaron para comentarle que todo estaba ya preparado para la extracción. No podía mantener relaciones sexuales dos días antes de la extracción y los dos días posteriores tampoco. No le hicieron prueba de anestesia ya que la habían operado anteriormente, así que, a primera hora de la mañana, se presentó el día x para la extracción.


El momento de la espera en el quirófano fue uno de los mas difíciles


El anestesista llegó, la tenían que dormir entera para la intervención y cuando llegó la ginecóloga, sus nervios no fueron a menos, si no todo lo contrario. Se quedó dormida y despertó unas horas después en una habitación que compartía con otra donante. Las piernas le pesaban y le dolían, se vio atontada y dejó pasar el tiempo. Tras expulsar la anestesia con la orina, la observaron y cuando estuvo bien para poder irse, le dieron su dinero, firmó la entrega y se fue.


A la semana volvió y le hicieron de nuevo una ecografía vaginal. Estaba vacía. Los óvulos que antes distinguía ya no estaban. Y se dio cuenta que le iban a quedar secuelas. Su cuerpo cambiaría, tendría la barriga rara, y no solo eso… su estado emocional también. El tema le había dejado un desasosiego emocional que era inexplicable para ella. Posiblemente a ella le afectaría mas que a otras personas, pero sabía que no iba a ser la misma desde aquel entonces. Su compañera del trabajo llevaba tan normal el proceso, todo el tratamiento, que se sentía la mas rara del mundo.


Y el tiempo pasó. Al cabo de 2 años, la recepcionista de la clínica la llamó.


La mami a la que se le había implantado sus óvulos se había quedado embarazada a la primera y todo había ido de maravilla.


Le pedía a la clínica que quería un hermanito para su niña y que la donante fuera la misma. Carmen sintió una mezcla de sensaciones que se le removieron las tripas. No quería volver a pasar por lo mismo porque la experiencia la consideró dura, pero a la misma vez, ¿cómo no iba a darle un hermanito a esa niña? Esa madre había tenido un final feliz con su nena y como ella iba a rechazarlo. Le costó aceptar, pero lo hizo. Y volvió a pasar por lo mismo, pero esta vez, la clínica le pagó mas de 1000 euros por la donación.


Tras los años, Carmen reflexiona sobre esas dos experiencias. Verdaderamente, cree que un 80% de las mujeres que donan óvulos lo hace por dinero, aunque se le llame ‘donación’ como tal. Ella piensa que deberían de cambiarle el nombre porque si te dan dinero, no es una donación, pero también piensa que esos 1000 euros no son suficientes para lo que ella sintió y pasó.


Carmen considera que hay cosas que deberían cambiar y entre ellas, las mas importantes es una atención psicológica a la donante, contarle la realidad del proceso, estar cuando ella mas lo necesitaba y que la ayudasen en el proceso de los pinchazos que ella cree que es lo más heavy que pasó.

Aun así, recomienda 100% que las mujeres donen óvulos.

El que esa mami tuviera dos hijos preciosos gracias a ella fue la mayor satisfacción que se llevo de esos momentos. Se siente orgullosa de haber pasado por ello para hacer feliz a otras personas y lo que ella sufrió en un mes, apagó el sufrimiento de una mujer durante años, y eso es lo mas bonito que puede llevarse una donante de óvulos.



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